martes, 9 de junio de 2015

Sé que acabará matándonos.

Caemos.

Caemos continuamente mientras todo a nuestro alrededor cambia, nosotros quizá también. Para mal, para bien, a quién le importa. Los demás siempre se encargan de darte a conocer lo mal que haces algo. Algunas -pocas- incluso de lo bien.

Odiamos a las personas por que se parezcan a nosotros. Gritamos como si no pudiéramos dejar de disparar el alma por la boca, un alma vacía y oscura que nos invade el pecho en busca de remordimientos con los que alimentarse. Hablamos de algo con fundamento cuando leemos cualquier cosa y confiámos en la persona que lo escribe. Confianza con los ojos vendados. Pero cuando realmente nos los vendan, tenemos miedo de soltar una mano.
Nos miramos como si estuviéramos asustados de lo que somos, de lo que podemos ser, o pudimos.
Tememos lo que desconocemos, pero sin embargo, realmente, no conocemos casi nada. Dar un paso en falso nos cuesta las noches. La vigilia se hace inagotable.
Vagantes de vida, pedazos rotos mezclados, ¿es lo que somos?
Ya no sentimos de verdad. No sabemos reír, no sabemos llorar, no sabemos decir que estamos tristes, ni que queremos amor. No hablamos por si acaso otras bocas lo hacen mejor. No sabemos, siquiera, tener miedo.
Si queremos reír vamos a actuaciones de cómicos, a las películas más tontas, a discursos políticos. Pero la gente se desmenuza, no reímos porque tenemos miedo de ellos. Nos angustia que no sean como nosotros y cuando lo son, huímos.
Escuchamos música triste cuando no podemos abrir bien los ojos como gesto de felicidad, sonreímos como si fuera una obligación.


Somos extraños. Estamos enfermos de algo que no conocemos.

No le pongo un nombre, porque sé que acabará matándonos.



sábado, 6 de diciembre de 2014

Carta al director.











Aunque el texto sea demasiado largo, he pensado que si a ellos les gusta sabrán cómo recortarlo, pero para mí eso es demasiado difícil puesto que en el texto van muchos de mis sentimientos. Dejo aquí el texto por si acaso, porque no sé si había que ponerlo o no.



SONRISAS EN EL INSTITUTO
Vamos creciendo lentamente mientras la vida pasa ante nuestros ojos, continuamos analizando a los demás con el pensamiento de que no somos iguales a ellos, de que no tenemos sus mismos fallos y somos, incluso, mejores. Aunque en el fondo, nuestra conciencia, sigue repitiendo una y otra vez lo que somos y lo que hacemos mal.
El instituto. Ese lugar en el que te topas por los pasillos con gente sonriendo, riendo, con prisa, quizá enfadada, o con la esperanza de salir de allí cuanto antes para volver a dormir entre las sábanas que los arropan cada anochecer. Me gusta pensar que eso no es real. La vida en el instituto es completamente distinta a la que hay llegando a la calle.
Tenemos una rutina. Una pequeña rutina que hacemos de lunes a viernes. Nos levantamos con sueño queriendo quedarnos en casa para volver a dormir, nos aseamos y vestimos, desayunamos y todo esto, con una gran cara de sueño o de aburrimiento. Porque, ¿qué vas a hacer a las ocho menos diez de la mañana mirando una taza o un pequeño plato? Absolutamente nada. Y llegamos al instituto, abrazando a nuestros amigos y sonriendo como si fuese la primera vez que los vemos. Contando tonterías ocurridas en las anteriores veinticuatro horas.
¿Y qué pasa si todas esas risas son ilusiones? O máscaras que tapan nuestra desesperación. ¿Qué pasa si la gente miente con la boca e intenta decir la verdad a través de sus ojos? Unos ojos que han perdido la vitalidad. ¿Qué pasa si la gente no sabe leer las pupilas? Si se han creído tanto tu sonrisa, que siquiera se fijan en tus ojeras, en tus ojos, en tu vida real...
Quizá no pueda explicar el dolor que sienten muchas personas, y quizá tampoco pueda saber si en nuestro instituto hay adolescentes que sufren depresión, ansiedad, estrés o cualquier tipo de problema similar. Pero... las sonrisas irreales. Esas que al abrir un poco la boca muestran su vacío, y se les escapa de dolor por los dientes, que chirrían cada vez que necesitan gritar un poco de ayuda. Y que, aunque se la ofrecieran, no aceptarían y se sentirían observados. ¿No habéis sentido que odiáis al mundo? Simplemente, por no comprenderte. ¿No habéis sentido miedo al no saber qué hay en la oscuridad y tener que andar por ella? ¿Y qué pasaría si la oscuridad fuese la que acabase teniendo miedo de tocarnos a nosotros? Y tocar mal, y destruirnos. O que ya haya hecho todo mal y estuviese en nosotros diciendo que callemos. ¿Qué pasaría si te hubieran metido en una burbuja con el aire reducido? ¿Y si sientes que te ahogas pero hay quienes te observan como a los animales en un zoo? Y tú sonríes, y ellos, cómo no, piensan que eres feliz mientras te agotas.
Tan sólo digo que quizá haya que saber leer los ojos y dejar de mirar sonrisas, porque, tanto en el instituto como en la calle, más de uno puede mentir. Y, mentir, se ha hecho algo demasiado fácil para la humanidad.

Don Juan Tenorio

        -Entonces, me ha entendido, ¿verdad? - preguntó la abadesa con las pupilas inmóviles.
       'Sí, señora', sonó de fondo en la habitación con la voz de doña Inés.
       -Es la voluntad de su padre. Usted es joven, bella y buena, ha vivido encerrada en este cuarto tantos años...-la abadesa avanzaba lentamente hacia la esquina izquierda de la habitación con los ojos fijos mientras la puerta se cerraba.- Ha tenido suerte, doña Inés, siendo acogida en un lugar como este sin tener que pasar duras pruebas para ello, escondida aquí no ve la miseria de este mundo, el mundo en sí convirtiéndose en miseria por gente miserable. Es extraño. Chistoso. Algún día hablarán de ellos. Los recordarán así, moldeando todo con una forma corrompida, al mundo. Usted no ha de temer, nosotros, en cambio, vemos al sol morir cada tarde, el brillo de estrellas muertas en silencio, incluso nuestra propia muerte silenciosa, dichoso aquel que no sea expuesto a todo este cuento en el que no se hace más que intentar ralentizar un final trágico. Dichosa usted, doña Inés. Dichoso espíritu que se adueña de condenas. Cielo azul que me observas y me juzgas, que no sea en vano cada paso que estoy dando, árboles altos, verdosos, que esperáis la caída de vuestras hojas, soñadme a cada segundo que respiro, a cada minuto que reflexiono.
       -Tiene usted miedo.
       -No es miedo lo que siento.
       -¿Por qué? Quizá debiera...-murmuró doña Inés mientras juntaba su espalda a la pared y sentía el frío morderle la piel.
       »Dice toda esa basura de lo que el mundo es, y sin embargo usted permanece aquí día a día. Mira el atardecer tras una ventana, conoce a las personas tras las pequeñas rejas de las puertas o por los pasillos; tan encerrada como yo...tan muerta como mi espíritu aun adueñado de almas condenadas. Usted parece cualquiera, una de esas personas que no son nada pero que se creen algo porque en la sociedad tenemos distinto rango. Uno de esos ecos que no duran un segundo. Que no tienen fuerza ni nada que gritar. ¿Vive porque le gusta esto? ¿Vive por vivir? Vida no digna.
       -¿Qué eres?
       -¿Cuándo he perdido mis respetos?
       -En cuanto la luz titubeó, Inés. No estás viva. No estás. No queda nada. ¿Cómo puedes hablar?
       -A través de ti. De tus recuerdos. Dijiste que me adueñaba de condenas...tu vida es una condena.
       -Soy feliz, tanto o más que cualquiera.
        La risa rompió cada cristal, cada reja, las paredes temblaban, el suelo electrificaba. La mente de la abadesa parecía golpearse desde dentro. Los colores destellaban en sus ojos. El viento penetraba en cada grieta del cuarto. El miedo jugaba con fuego, el fuego jugaba con cerillas puestas en manos temblorosas.
       “Intentar ralentizar un final trágico...”
       Un vaho congelado se aproximó a la oreja de la abadesa y murmuró despacio unas palabras.





PD: Siento la tardanza y aunque esté fuera de plazo, quería dejarlo plasmado en el blog. Lo siento mucho.

jueves, 2 de octubre de 2014

Mi autorretrato lingüístico.


    Naces. Creces. Y hablas. 
Bueno, no era así, pero sonaba mejor como introducción al tema del que quiero hablar. No sé cuántos años necesité para aprender a hablar, de las pocas cosas que me han contado, he sido una malhablada desde tiempos inmemorables. Crecí en Ucrania con mi familia. Nunca estuvimos muy unidos así que siempre discutíamos. Por lo tanto, era de esperar que mi primera palabra fuese un insulto. Estoy segura de que ese día me llevé una colleja. En Ucrania el alfabeto es muy distinto al español, si no me equivoco poseemos un alfabeto cirílico. Yo nunca fui al colegio en Ucrania, aprendí a escribirlo y leerlo en condiciones lamentables hace años por mi propio pie... bueno, por el propio aburrimiento del verano, para qué mentir. Nuestras "N" se escribían como "H". De modo que si quiero escribir Natasha, se escribiría así: "Наташа". Y mi nombre, en condiciones normales, sería: "Альбіна". De modo que tendría siete letras en vez de seis, como en español. 
A los cuatro años llegué a España. 

    "Як быстро говорит", decía mi madre cada vez que hablaba con un español. -"Qué rápido habla" sería la traducción-.
Puesto que yo lo único que sabía del ucraniano a esa edad -podría decirse que a esta también- era hablarlo, no me costó mucho aprender el castellano. Aunque, quizá, y muy probablemente, aprendí parte de gallego, porque me mudé a Ponteareas, pero de esto no me acuerdo en absoluto. No tengo buena memoria. -Puedo decir hasta de qué color tenían el pelo mis compañeros en la guardería, el olor de la merienda que me daba mi madre junto a un paño rosa cada mañana y lo mucho que odiaba ponerme mi...¿babi? Pero no. No tengo buena memoria para eso.-

    Los niños decían 'cartulina' y cogían un papel grueso de un color llamativo para pintarrajearlo que les dijesen que pintaban muy bien. Cuatro rayas. Ojo. Y mi profesora, en el colegio, decía 'cereza' y no era como con la cartulina, nunca nos daba, era un simple trozo de papel con un dibujo, pues vaya. Yo pronunciaba 'seresa' y me quedaba tan pancha. Ella se reía, al igual que mis compañeros, y yo aprendí a hablar y escribir en castellano mucho mejor que ellos. O, por lo menos, escribo 'aquí' y no 'aki'. Me cansa el idioma SMS que han creado las personas. Me cansan las personas. O eso, o me canso rápido de las cosas. 

    De Ucrania a Ponteareas, de Ponteareas a Benavente -Zamora-, y de Benavente a Santander. No sé por qué mi madre se muda tanto. Y la verdad es que pienso que será porque ella también se cansa de las cosas -de mí también, pero me sigue aguantando-.

    En 1º y 2º de la ESO aprendí lo básico en 'francés', pero no es un idioma que me llame la atención. Eso sí, si quiero preguntarle a alguien cómo voy a la calle X sé perfectamente decir 'Je m'apelle Abby' -sarcasmo-. Dadle las gracias a mi querida profesora. 

    También se podría decir que hablo inglés. O, al menos, sé preguntar dónde está la calle X, ergo para algo me han servido estos años estudiándolo. 
    Creo que lo único que me queda por decir es que, finalmente, he terminado por tener acento cuando hablo en ucraniano y no en español. Sinceramente sigo sin tener la menor idea de si soy bilingüe o plurilingüe, quién sabe.