sábado, 6 de diciembre de 2014

Don Juan Tenorio

        -Entonces, me ha entendido, ¿verdad? - preguntó la abadesa con las pupilas inmóviles.
       'Sí, señora', sonó de fondo en la habitación con la voz de doña Inés.
       -Es la voluntad de su padre. Usted es joven, bella y buena, ha vivido encerrada en este cuarto tantos años...-la abadesa avanzaba lentamente hacia la esquina izquierda de la habitación con los ojos fijos mientras la puerta se cerraba.- Ha tenido suerte, doña Inés, siendo acogida en un lugar como este sin tener que pasar duras pruebas para ello, escondida aquí no ve la miseria de este mundo, el mundo en sí convirtiéndose en miseria por gente miserable. Es extraño. Chistoso. Algún día hablarán de ellos. Los recordarán así, moldeando todo con una forma corrompida, al mundo. Usted no ha de temer, nosotros, en cambio, vemos al sol morir cada tarde, el brillo de estrellas muertas en silencio, incluso nuestra propia muerte silenciosa, dichoso aquel que no sea expuesto a todo este cuento en el que no se hace más que intentar ralentizar un final trágico. Dichosa usted, doña Inés. Dichoso espíritu que se adueña de condenas. Cielo azul que me observas y me juzgas, que no sea en vano cada paso que estoy dando, árboles altos, verdosos, que esperáis la caída de vuestras hojas, soñadme a cada segundo que respiro, a cada minuto que reflexiono.
       -Tiene usted miedo.
       -No es miedo lo que siento.
       -¿Por qué? Quizá debiera...-murmuró doña Inés mientras juntaba su espalda a la pared y sentía el frío morderle la piel.
       »Dice toda esa basura de lo que el mundo es, y sin embargo usted permanece aquí día a día. Mira el atardecer tras una ventana, conoce a las personas tras las pequeñas rejas de las puertas o por los pasillos; tan encerrada como yo...tan muerta como mi espíritu aun adueñado de almas condenadas. Usted parece cualquiera, una de esas personas que no son nada pero que se creen algo porque en la sociedad tenemos distinto rango. Uno de esos ecos que no duran un segundo. Que no tienen fuerza ni nada que gritar. ¿Vive porque le gusta esto? ¿Vive por vivir? Vida no digna.
       -¿Qué eres?
       -¿Cuándo he perdido mis respetos?
       -En cuanto la luz titubeó, Inés. No estás viva. No estás. No queda nada. ¿Cómo puedes hablar?
       -A través de ti. De tus recuerdos. Dijiste que me adueñaba de condenas...tu vida es una condena.
       -Soy feliz, tanto o más que cualquiera.
        La risa rompió cada cristal, cada reja, las paredes temblaban, el suelo electrificaba. La mente de la abadesa parecía golpearse desde dentro. Los colores destellaban en sus ojos. El viento penetraba en cada grieta del cuarto. El miedo jugaba con fuego, el fuego jugaba con cerillas puestas en manos temblorosas.
       “Intentar ralentizar un final trágico...”
       Un vaho congelado se aproximó a la oreja de la abadesa y murmuró despacio unas palabras.





PD: Siento la tardanza y aunque esté fuera de plazo, quería dejarlo plasmado en el blog. Lo siento mucho.

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